martes, 26 de enero de 2016

Y nadie quemará mi bandera

Si algún día me preguntaran que si creo en el amor,
les diré que he visto más caras alegres que tristes un lunes por la mañana,
que hay personas que cuando suena el despertador se ponen a cantar y gritar frente al espejo,
que la torre Eiffel ha sido más testiga de besos que de huidas
y el puente san Pablo atado a más candados que a suicidas.
Así te afirmo que las Casas Colgadas se colgaron por tí,
que la Torre de Pisa se inclinó para esquivar un flechazo de Cupido
o el Big Ben reprimido cantando a campana viva las doce de la noche por que nadie le abriga entre sus brazos.
Si me preguntan que si el amor existe,
les contaré que nadie quemará mi bandera que izo todos los dias
que afirma que nuestros corazones siempre están calientes
aunque los tengamos destrozados,
será fisonomía, antropología o metáfora
o que algún subnormal decidió coger una daga y destrozalos.
Afirmo que el amor existe
y a primera vista
porque he visto corazones latir a mil cuando dos personas se acaban de conocer,
y también confío en el amor a ciegas
cuando una persona te sorprende en el momento que menos lo esperas,
cuando soplan los nubarrones que revolotean por tu cabeza,
cuando piensas tirar la toalla,
te abobias,
te enrabietas
y pierdes los papeles,
aparece ese rayo de sol acuchillando tormentas
y te tranquiliza,
te calma.

martes, 19 de enero de 2016

Space.



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Y un día la tierra a la luna la preguntó ''Luna ¿Por qué giras en torno a mí?
y no la entendió,
hasta que se vió
dándole vueltas al sol
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lunes, 4 de enero de 2016

Te escribo, y ese es el problema.

Parece mentira que haya acabado el año
y siga aquí sin saber nada de ti.
Te escribo desde la ventana que se abrió cuando te cerré la puerta.
Desde un suspiro que podría durar minutos, horas y años.
Con la rabia de un niño cuando no le permiten pintar el sol en la esquina de la hoja.
Con la sensación de una anoréxica reflejada en el espejo muerta de hambre,
y ese sabor agridulce porque el dulce me dejó amargo.
El parecer del puñetazo en el estómago cuando se acerca la despedida.
Te escribo asomado en el balcón sin preguntarme una vez si quiera que pasaría si caigo abajo,
en una época donde el puedo suena a miedo,
con el dolor de cabeza después de un día de fiesta,
con la angustia que te araña cuando piensas que vas a morir
y esas dudas antes del si, quiero.
Nos obligamos a mirar al frente cuando ni si quiera sabemos el destino, por eso da igual el camino que escoger o la estrella que seguir.
Como al soldado que le obligan a levantar la cabeza, y que idiota el que lo dijo, que no se da cuenta que el cielo también se refleja en el charco.
Somos esa tierra egocéntrica que presume de que la luna gira entorno a ella y no se da cuenta que es la tierra quien gira alrededor del sol.
Somos transparentes, como las llaves de casa, que a veces se nos olvidan nada mas salir y tenemos que volver a por ellas.
Te escribo con el llanto de una moneda, que pasa por miles de manos y nadie le tiene cariño, porque el dinero nos ha arruinado la vida.
Calco estas letras con el amor de la primavera, porque alguien quedará con la esperanza de cambiar, y no con el espíritu congelado.
Estoy harto de tener que escuchar el adjetivo joven para expresar mi rebeldía,
de escuchar quejas cuando nadie hace nada,
porque es muy fácil echar la culpa a los demás y quedarse de brazos cruzados,
como decir te quiero y no sentirlo.
Por eso, hoy te escribo con la ilusión de una bombilla, cuando piensa que la encenderán y todo el mundo admirará como brilla,
con la tristeza de las nubes cuando rompen a llorar y con la rabia de los truenos cuando acuchillan campos de cultivo.
Pero lo peor de todo es que te sigo escribiendo, y ese es el problema.
Tanto buscar respuestas, cuando aún no nos hemos planteado las preguntas,
por eso me quito la máscara de crío y me pongo la de hombre adulto,
y salgo del pozo donde los días pares vierto mis ahorros para pedir siempre el mismo deseo.
No le digas al fumador que el tabaco mata, lo sabe mejor que tú.
No le aconsejes nunca al anciano, lo sabe mejor que tú.
No le cuentes al niño el final de una historia, lo sabe mejor que tú.
No me llames cobarde por refugiarme en poesía,
lo
se
mejor
que tú.
Y ahora atiende y abre los ojos,
abro la puerta y te dejo pasar,
ciérrala de un portazo,
así quizás se abra una ventana que te mande a la mierda,
cada vez que te escriba llorando, cabreado o alegre,
cada vez que me pides que cambie,
cada vez que me esconda.